Una colombiana en Boston
Sofia Molano
19 de abril, 2022
Hace frío, decían. Lleva ropa térmica, advirtieron. A pesar de cumplir con las indicaciones, me enfrenté a una sensación térmica de menos 21 grados centígrados. Sentir que la movilidad de los dedos se desvanece, que la punta de tus orejas se te va a caer en cualquier momento, no es algo que uno quiera vivir de sorpresa.
Normalmente, cuando uno menciona que es colombiano, los extranjeros piensan que uno vive en el trópico. Claro, si vives en el Amazonas esa afirmación es innegable. Pero viviendo en Bogotá uno se ríe de dichas palabras. Un día en Bogotá puede comenzar haciendo un calor que amenaza con cocinarte vivo, y a las pocas horas puede granizar. De pronto por eso todos aquí somos bipolares…
El punto es, como bogotana pensé que sabía lo que era vivir con frío. Pero no. El frío congelante de Boston deja al de Bogotá en pañales. Entonces, a las pocas horas de llegar a Boston, pensé en todas las veces que me decían que Bogotá era un “tópico”, y empecé a pensar que de pronto podía ser cierto.
Cuando llegamos al hotel, me llamó la atención ver a mujeres en falda, caminando sin chaqueta o con sandalias. Mientras que a todos les era indiferente el frío, yo estaba ahí parada con más chaquetas que piel, tres pantalones y doble media para poder sentir que no se me iba el alma.
Cuando empezaron los modelos de las Naciones Unidas me llamó la atención la gran variedad de acentos. Los ingleses, los americanos, los mexicanos, los de India… Todos tenían una manera muy distinta de hablar, pero a pesar de eso todos nos entendíamos. A las bravas, pero lo podíamos hacer. Me di cuenta de que salirse de su espectro nacional y defender una posición que no es la de tu país, puede ser difícil, pero es imprescindible para un mundo con un nivel tan alto de globalización. Entender por qué los países actúan de una manera determinada es porque su historia trae consigo una red de antecedentes que moldean su manera de ver los hechos.
En el modelo, no solo sobresalen los que traen propuestas creativas, sino también los que conocían a profundidad el país que representaban. Fue cuando entendimos eso que pudimos tener varios mic drop moments.
En los momentos que teníamos libres, íbamos a caminar por la ciudad. Era una tarea complicada por el frío monumental que hacía, pero caminar y tomar fotos de los edificios imponentes de Boston era un placer.
Esta experiencia no solo nos abrió la posibilidad de conocer un lugar con un clima totalmente distinto, sino que también nos permitió ser autónomas. No sabía que vivir sola era tan difícil. Claro, estábamos con las profesoras que nos acompañaron, y estábamos con nuestras amigas. Pero todos los días nos enfrentamos a un corre corre, donde teníamos que ser puntuales con los modelos, y además queríamos conocer la ciudad. No teníamos mucho tiempo. Por lo tanto, desayunar y almorzar en un restaurante, a menos de que uno madrugara y tuviera tiempo, era posible. Si no, tocaba correr al supermercado y comprar lo básico: cereal y leche en brazos de plástico.
En esta experiencia pude crecer y entender qué hay más allá de la comodidad de la casa de uno. Entender que un desayuno y un almuerzo bien hecho es un lujo, que a pesar de que existen miles de millones de culturas y acentos todos nos podemos entender. Además, aprendí que el tiempo es corto y que uno tiene que buscar, sobrevivir y disfrutar los pequeños placeres de la vida.