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¿Debería la religión acompañar al estado?

Sofía Molano Alegría

Vivimos en un mundo donde consideramos que es necesario dividirnos en pequeños grupos para poder sobrevivir. Tenemos naciones, estados, pueblos y veredas. Pero también tenemos culturas que chocan entre sí; religiones que no se asemejan de ninguna manera. Solo se podría decir que tenemos una cosa en común: somos todos seres humanos.

 

Desde el comienzo de la historia, el ser humano ha buscado guiar sus acciones dependiendo de una creencia. Esta puede ser tanto religiosa como ética. Gracias a esto, hemos tenido que afrontar un sin fin de atrocidades: el holocausto, la esclavitud, la inquisición, en fin. Al parecer la verdadera pregunta debería ser: ¿vamos a luchar como un mundo o cada quien que se las arregle como pueda?

 

No es secreto que actualmente varios estados guían sus legislaciones a partir de una creencia. De hecho, no todos los estados políticos son laicos. Esto está tan normalizado que no nos damos cuenta de lo que realmente implica. Nos involucramos tanto en nuestra propia cultura, que salir de ella es lo único que nos pone en cuestionamiento si estamos haciendo las cosas bien. Nos pone a definir entre las decisiones personales y el bien común. Por ponerles un ejemplo, si una persona católica va a un país musulmán extremista, no vería como algo cotidiano o como algo fácil de acoplar solo poder mostrar la piel que rodea sus ojos. 

 

 

 

A pesar de pensar tan diferente en comparación con todas las culturas y creencias que hay en el mundo, hay unos principios básicos que son necesarios para subsistir como humanidad. Muchos los llaman derechos humanos y otros simplemente los llaman lógica. Siendo así, llegamos a un punto en la historia donde velar por los intereses de una cultura única perdió sentido. Cada segundo que pasa el mundo se globaliza, viajar y establecerse en un país diferente al natal se vuelve cada vez más fácil. Ahora bien, si esto es así, ¿cómo vamos a ponerle restricciones a personas cuyas creencias no se acoplan plenamente a las de un estado? 

 

Es fácil pensar esto con el ejemplo de ponerse una túnica que tape absolutamente toda la piel. Pero si ponemos esto en prácticas más locales, nos enfrentamos todos los días con situaciones que nos obligan a pensar si nuestras creencias tienen la capacidad de dominar a otra. Un ejemplo de esto es el aborto. Quienes son creyentes verán este tema como sensible ya que implica quitarle la posibilidad de ser a algo que no tiene la culpa de nada. Otros lo verán como algo que se determina a partir de los propios intereses personales de cada quien. 

 

Aún más, está la mutilación femenina obligatoria que se rige en algunos países. ​​En algunas culturas, esta práctica es considerada como un rito de transición hacia la vida adulta y un prerrequisito matrimonial. ¿Qué pasa si una mujer no desea esto? ¿Debe de irse de su propio país porque no está de acuerdo con las creencias religiosas por las que se rige? 

 

Parece ser que no se ha logrado establecer un límite concreto en decisiones personales voluntarias, a lo que se considera una imposición de un estado gracias al carácter religioso que posee. 

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